Desde que el mundo es mundo, la noción de “lo Otro” considerado como lo diferente y como algo
que está fuera de uno ha ocasionado grandes trastornos a la humanidad, desde enfrentamientos
bélicos entre naciones hasta problemas en las relaciones cotidianas de las personas y las
familias. La creencia equivocada en que todos los males provienen de un Otro externo ha
llevado a justificar, entre otras aberraciones, el exterminio de millones de judíos por parte
de la Alemania Nazi, o la tortura y desaparición de personas llevada a cabo por distintos
regímenes dictatoriales en América Latina.
En realidad, el término ha sido utilizado sistemáticamente para explicar la mayor parte de
los acontecimientos de toda índole, partiendo siempre de la premisa de que el Otro es una
amenaza para los propios intereses, algo a lo que hay que, o bien aislar, o bien eliminar por
completo. De esta concepción fundada en el miedo a lo desconocido se derivan las más variadas
formas de discriminación, entre las que sobresale el racismo, cuya aplicación ha tenido
graves consecuencias sociales en los Estados Unidos con la Guerra de Secesión, que se
extendió entre 1861 y 1865, o en Sudáfrica con el apartheid, que tuvo lugar entre 1961 y 1994,
por citar sólo casos emblemáticos.
Ahora bien, el concepto de lo Otro es muy complejo y ha sido abordado por las ciencias
humanísticas desde diversos puntos de vista. Por ejemplo, la Psicología del Yo, de basamento
freudiano, considera al Otro como parte de lo que explica a uno mismo, ya que la imagen que
cada uno tiene de sí (el autoconcepto) se retroalimenta del entorno social, cuya influencia
es determinante en la construcción de la identidad del sujeto. Por su parte, la corriente
filosófica alemana del Idealismo, desde un enfoque dialéctico señala que cada concepto
contiene en sí mismo a su opuesto, y que cuando se perciben diferencias entre uno y el Otro se
crea un sentimiento de alienación, que se intenta resolver mediante la síntesis entre ambos.
Un aporte fundamental a este estudio es el del filósofo Emmanuel Lévinas, quien acuñó la idea
de alteridad, que se refiere a cambiar la propia perspectiva por la del Otro, teniendo en
cuenta su punto de vista. Además indica que cuando se produce la interacción entre dos
sujetos, se genera un Nosotros que los engloba a los dos. Esta noción fue trasladada de algún
modo a lo empírico por la etnografía, la rama de la antropología social que se dedica a
observar las prácticas de los grupos humanos introduciéndose en ellos, y realizando sus
mismas actividades, para comprender los significados más profundos de sus acciones.
El denominador común de este amplio abanico de teorías, es que en todas ellas el Otro de
alguna forma NO es el uno mismo, si bien es parte fundamental de su construcción y desarrollo.
En este punto me parece menester hacer referencia a una rama de la ciencia que ha realizado
impresionantes avances en distintos aspectos del conocimiento humano: la teoría cuántica.
Según ella, el campo de conciencia individual pertenece al mismo campo de conciencia del
universo, con lo cual no habría un mundo objetivo que existe “allá afuera”, sino que el mundo
está presente en la conciencia de cada individuo, ya que todos y cada uno de nosotros nos
encontramos interconectados a través de un mismo campo de energía; más aún, somos un conjunto
de ondas electromagnéticas, y nuestra identidad se funde de cierto modo con el universo en
sí.
Esta teoría derriba también la noción mecanicista clásica del espacio-tiempo, y la suplanta
por la de “posibilidades cuánticas”, que serían las experiencias que tendremos de acuerdo con
nuestras elecciones individuales, lo cual implicaría que cada uno de nosotros crearíamos los
acontecimientos futuros escogiendo entre una de esas posibilidades. En el plano de lo
subjetivo, esta idea de “lo Otro” como lo diferente a uno mismo, no tendría razón de ser, ya
que ese Otro sería simplemente una onda vibrando en una frecuencia dentro del mismo campo
energético global.
Siguiendo esta línea de pensamiento, el hecho de adjudicarle al Otro las causas de nuestros
padeceres parecería ilógico, tomando como base el hecho de que en realidad lo único que nos
diferencia unos de otros es la misión o propósito que vinimos a cumplir, que a su vez está
alineada con un propósito universal o Inteligencia Superior. Quizá deberíamos plantearnos si
no será que cuando nos surge esta idea del Otro como lo desconocido que causa temor y
constituye una amenaza, lo que sucede es que hay aspectos de nuestro Ser (entendiendo al Ser
como una unidad de conciencia, espíritu y cuerpo) que nos generan conflictos, y en lugar de
resolverlos, buscamos responsables externos.
Pedro Catriel Poletti